Reseña, The Legend of Zelda: Breath of the Wild o Del gran regreso al mundo abierto

Tras más de 20 horas escalando, cocinando, luchando, planeando, deslizándome y explorando en mi travesía, me encontré con unos seres, desconocidos y a la vez familiares, quienes me hicieron saber que un importante miembro de la realeza de su tribu solicitaba auxilio de un humano, como lo es nuestro personaje. Ante esta petición, subí por una montaña, víctima de enormes vientos y tremendas tormentas, luché contra enemigos que se aprovechaban del clima y hacían más difícil mi camino, pero, finalmente, logré triunfar y ante mí se encontraba el más hermoso Zora’s Domain en toda la historia de una de las sagas más importantes de todos los tiempos: The Legend of Zelda.

No hay ningún orden en que el jugador debe de cumplir su última meta, no hay necesidad de adentrarse más a la historia, ni mucho menos de explorar el vasto mundo ante nosotros, sino que es nuestro propio deseo de exploración y aventura lo que nos lleva a querer vivir esta experiencia, y esta vez, Breath of the Wild premia este sentimiento con un mundo lleno de vida que hace honor a su mismo título; un mundo maravilloso que esconde una belleza sin igual, al mismo tiempo que supone un peligro para nuestro personaje y en el que se pueden ver los rastros de una desgracia que ocurrió hace mucho tiempo.

Nintendo ha elevado la barra de calidad para todo lo referente al mundo abierto. El clima es dinámico, todo lo que vemos reacciona, incluso a la corriente de aire más pequeña; podemos ver cómo la gente corre a resguardarse ante la lluvia, a los monstruos cazar, dormir, cocinar y hasta festejar. Como jugadores, nos vemos afectados por el frío y por el calor; la lluvia nos puede resultar ventajosa o un verdadero problema dependiendo de nuestras circunstancias y objetivos; los problemas que se nos dan a resolver tienen lo que pareciere una infinidad de soluciones que dependen exclusivamente de nuestra creatividad.
zora

En este título se hizo una importante apuesta: tras aproximadamente 30 minutos de juego, Link ya tiene todas las herramientas para enfrentarse a cualquier problema que se le ponga enfrente, y lo único que nos detiene como jugadores es el momento en el que nos creemos listos para librar la batalla final. Para ello, buscamos aumentar nuestra fuerza y nuestros recursos a nuestra manera; es decir, Breath of the Wild es un verdadero mundo abierto, no hay una lista de sidequests que “adornen” el mapa antes de ir a la única misión principal disponible para que abra las puertas de la siguiente misión, no nos encontramos con áreas a las que no podamos llegar por falta de un ítem o un elemento de la historia que no hemos descubierto. Cada quién puede construir su propia aventura y decidir el nivel de interacción que desee con el mundo que lo rodea, así esté listo para ello o no.

Uno de los riesgos más importantes al crear un mundo tan inmenso como lo es Breath of the Wild es lo repetitivo que puede volverse este; sin embargo, no solo la estructura del juego es impresionante, sino que cada aspecto del mismo se siente pulido e integrado a la perfección; en cada esquina hay algo interesante que ver o un reto por completar, hay mini jefes esparcidos por todos lados, pequeños dungeons que en ocasiones son comparables a puzzles de Portal y sin olvidar uno de los aspectos más importantes: casi todo es interactivo. Un simple árbol puede ser fuente de comida, un arma, una balsa, un transporte, algo de leña y hasta un puente, dependiendo de nuestra imaginación. Este juego es tan inmenso y detallado que aún en pleno 2017, cuando por medio del internet el mundo entero comparte sus experiencias y descubrimientos, se siguen encontrando cosas increíbles, existen personas resolviendo problemáticas de maneras asombrosamente creativas. 

The Legend of Zelda: Breath of the Wild plantea una importante pregunta: ¿qué sigue? Es difícil imaginar a la fecha una revolución tan grande como la que vemos en este título, el proyecto más ambicioso de Nintendo, una obra maestra que me hizo sentir como aquel niño de 8 años que jugó por primera vez Ocarina of Time, un juego que, sin duda alguna, marcará un antes y un después de la industria de los videojuegos y que ningún amante del medio debería perderse.

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